La solemnidad de Corpus Christi es una de las festividades más significativas de la Iglesia Católica, celebrada con devoción para exaltar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Instituida en el siglo XIII por el Papa Urbano IV, esta fiesta busca profundizar en el misterio del sacramento y llevar la fe fuera de los templos, con procesiones solemnes en las que el Cuerpo de Cristo es venerado públicamente. Su importancia radica en la reafirmación de la fe en la transubstanciación, doctrina que sostiene que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Este acto rememora la última cena, en la que Jesús, al partir el pan, dijo: “Este es mi cuerpo, que es dado por ustedes” (Lucas 22:19). La solemnidad también es un llamado a la unidad y la caridad, pues el sacramento de la Eucaristía invita a vivir en comunión con Dios y con el prójimo.
Desde el punto de vista litúrgico, Corpus Christi es un día de profunda adoración eucarística, en el que los fieles participan en misas especiales y momentos de oración, acompañados de cánticos y reflexiones sobre la presencia de Cristo en la vida cotidiana. La procesión con el Santísimo Sacramento por las calles es un testimonio público de la fe católica, simbolizando que Cristo camina junto a su pueblo. En muchos lugares, esta celebración incluye alfombras de flores y otros elementos decorativos que resaltan la belleza y el respeto por el sacramento. La Iglesia enseña que este día no solo es para la veneración, sino también para renovar el compromiso cristiano de amar y servir. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Juan 6:51). Así, Corpus Christi se convierte en una ocasión para recordar que la Eucaristía es el centro de la vida espiritual del creyente, y que Cristo continúa presente en su Iglesia y en el mundo.